Por: Gilberto Useche Gutiérrez

María López “La Cachilapera” – Portaba una escopeta para la caza y dos revólveres. Llevaba un revólver Colt Police al cinto, obsequio de Alfonso López Pumarejo, para solucionar o evitar conflictos y otro revólver, un 38 corto, de respaldo en la pretina del pantalón, siguiendo la costumbre de los hombres de la región de los llanos. – Estampa de llanera legendaria y audaz comerciante ganadera María López, quien comandó viajes de reses de su propiedad desde sabanas araucanas y casanareñas hasta Villavicencio – Inicios de los años 1900 hasta 1933

El dinero estaba representado en morrocotas, que ella protegía celosamente. Después de advertirle a Alejo que no la siguiera, se adentraba en el bosque y regresaba tiempo después sin las morrocotas que había llevado consigo. Se presume que ella las enterraba en algún lugar secreto.

 Cuando los vaqueros dudaban en adentrarse en un río infestado de caimanes hambrientos. Era entonces cuando María López, sin pensarlo dos veces, se quitaba el pantalón, las botas y la camisa y, en paños menores, las ataba sobre su cabeza. Con una determinación indomable, era la primera en cruzar las aguas peligrosas y caudalosas, a veces sobre el caballo y otras veces nadando y halando el caballo tras ella. El arrojo de la matrona y la vergüenza de los vaqueros, hacía que no tuvieran más remedio que seguir sus pasos y guiar la ganadería siguiendo sus órdenes.

 “A pesar de los rumores y habladurías que se han difundido sobre ella, los descendientes de María López hemos guardado con celo las anécdotas que escuchamos de nuestros antepasados. Es nuestra responsabilidad plasmarlas en el papel para que el legado de nuestra matriarca perdure y los historiadores que han dedicado páginas a relatar sus hazañas, cuenten con nuevos insumos para seguir deleitando a sus lectores con sus historias y aventuras”.

A principios del siglo XX, llegó a estas tierras María López, una mujer llanera de origen venezolano, con una pasión desbordante por la ganadería que le permitió forjar un camino hacia una gran fama y fortuna. De su unión con José Tomás Useche, un aguerrido coronel del ejército venezolano, e Isaías Gil, un llanero araucano, nacieron solo dos hijos: Melquiades Useche López, también conocido como Milcíades, quien nació en la provincia de Tononó en San Cristóbal y llegó a alcanzar el grado de sargento en el ejército venezolano, y Víctor Gil López, nacido en Villavicencio.

La tierra de San Cristóbal, en el estado de Táchira, muy probablemente fue el lugar donde María López vio la luz por primera vez. Se han escrito numerosas historias sobre esta mujer que, según dicen, destacaba por su valentía, su belleza y su vida libertina. Sin embargo, lo cierto es que su fortuna se forjó en los hatos de ganado que poseía en regiones de Arauca y Casanare, donde solía frecuentar Puerto Rondón, a orillas del río Casanare; El más conocido era el Hato Santa Elena. María López era una excelente jinete que portaba al menos tres armas: una escopeta para la caza y dos revólveres. Llevaba un revólver Colt Police al cinto, obsequio de Alfonso López Pumarejo, para solucionar o evitar conflictos y otro revólver, un .38 corto, de respaldo en la pretina del pantalón, siguiendo la costumbre de los hombres de la región de los llanos.

Su vida estuvo llena de aventuras y su legado aún perdura en las historias y leyendas de la región. María López se convirtió en un personaje legendario gracias a su pasión por la ganadería, su arrojo en la vida y su habilidad con las armas. A pesar de los muchos relatos que se han escrito sobre ella, su figura sigue siendo un misterio en muchas formas, pero su influencia y su leyenda continúan vivas en las historias que se cuentan sobre ella en la región de los llanos.

A pesar de los rumores y habladurías que se han difundido sobre ella, los descendientes de María López hemos guardado con celo las anécdotas que escuchamos de nuestros antepasados. Es nuestra responsabilidad plasmarlas en el papel para que el legado de nuestra matriarca perdure y los historiadores que han dedicado páginas a relatar sus hazañas, cuenten con nuevos insumos para seguir deleitando a sus lectores con sus historias y aventuras.

Es cierto que, en el ámbito académico, el valor de lo que aquí se relata no cuenta con suficiente sustento documental, pero también es verdad que los testimonios, especialmente en nuestra cultura de marcada tradición oral, pueden arrojar información que ayude a clarificar aspectos relacionados con los personajes y eventos del pasado. Gran parte de nuestra historia se ha escrito de esta manera, a través de relatos y anécdotas que han pasado de generación en generación y que enriquecen la memoria de nuestro pueblo.

Así pues, es nuestra misión recopilar y transmitir estas historias para que no se pierdan en el olvido y el linaje de María López perdure en el tiempo. Su habilidad para los negocios y la ganadería le permitió amasar una gran fortuna y convertirse en una leyenda de los llanos venezolanos y colombianos. Su legado aún perdura en las historias que se cuentan sobre ella y en el recuerdo de su familia y de quienes la conocieron.

La primera vez que leí acerca de mi abuela María López fue en los 70’s, en un artículo del diario El Tiempo, que mi mamá atesoraba y que había sido publicado unos 20 años atrás. Allí se relataba una interesante conversación que tuvo con el entonces presidente de Colombia, Alfonso López Pumarejo. La anécdota, que ha pasado a la posteridad, transcurrió de la siguiente manera:

Alfonso López (ALP): Doña María, usted que es una experta en tierras ganaderas, ¿podría conseguirme algunas cabezas de ganado que necesito?

María López (ML): Con gusto presidente, y… ¿De cuántas estamos hablando?

ALP: Pues doña María, necesito alrededor de dos mil reses.

ML: Mire presidente, hablemos de López a López. Con seguridad le digo: es más fácil para mí conseguir las dos mil cabezas de ganado de mi propiedad, todas de la misma edad y del mismo color, que para usted conseguir el dinero para pagármelas.

Esta anécdota es una muestra del carácter de María López, una mujer audaz y astuta que logró consolidarse en un mundo dominado por los hombres, especialmente en lo económico. La historia nos muestra la enorme riqueza que María López había acumulado hasta ese momento gracias a la cría de ganado en las tierras de Arauca y Casanare. En el artículo que relataba las hazañas de María López, se contaba también una anécdota que reflejaba su carácter recio y decidido:

En aquellos tiempos, era común traer el ganado por tierra desde Arauca y Casanare hasta Puerto López, guiado por valientes vaqueros que cruzaban ríos y cañadas infestados de caimanes y caribes, un pez carnívoro emparentado con la piraña. El viaje podía durar hasta dos meses y los vaqueros debían enfrentar las inclemencias del clima y los peligros del camino. Se hacían dos ganaderías en el año, una a entradas de agua, en abril-mayo y la otra, previo al verano, en noviembre-diciembre. Por el camino, cachilapo que se atravesaba entraba a formar parte de la ganadería, precisamente de allí provenía el apodo con el que se le conocía: María, La Cachilapera. De esta manera se compensaba las reses que se perdían por el resabio, las picaduras de culebra, los ahogados y los que servían de festín de las fieras.

El relato describe los momentos en los que los vaqueros dudaban en adentrarse en un río infestado de caimanes hambrientos. Era entonces cuando María López, sin pensarlo dos veces, se quitaba el pantalón, las botas y la camisa y, en paños menores, las ataba sobre su cabeza. Con una determinación indomable, era la primera en cruzar las aguas peligrosas y caudalosas, a veces sobre el caballo y otras veces nadando y halando el caballo tras ella. El arrojo de la matrona y la vergüenza de los vaqueros, hacía que no tuvieran más remedio que seguir sus pasos y guiar la ganadería siguiendo sus órdenes.

El segundo relato que tuve el privilegio de escuchar provino de la única persona que conocí y que, a su vez, había conocido a María López. Se trataba de un hombre llamado Alejandro González, más conocido como Alejo, quien había sido recogido por la abuela siendo niño y con rastros de polio, enfermedad común en la época. María López lo acogió en su hacienda Rancho Grande, cerca de Villavicencio, y vio por él hasta el final de sus días. Alejo continuó viviendo en la hacienda durante mucho tiempo, acompañando a los descendientes de María López dando testimonio de la grandeza y el legado de la matriarca.

La hacienda Rancho Grande, donde vivió María López por muchos años, se encontraba cerca de Villavicencio, en los terrenos que hoy son ocupados por el conjunto Barú, el Club Docentes, la vereda Apiay y las fincas habitadas por sus herederos. Según relataba Alejo, de vez en cuando ella llegaba a la hacienda con dinero proveniente de la venta de ganado.

El dinero estaba representado en morrocotas, que ella protegía celosamente. Después de advertirle a Alejo que no la siguiera, se adentraba en el bosque y regresaba tiempo después sin las morrocotas que había llevado consigo. Se presume que ella las enterraba en algún lugar secreto.

Durante años estos tesoros han sido objeto de búsqueda por diversas personas, incluyendo brujos y cazadores de tesoros con aparatos sofisticados de detección de metales, pero hasta el momento sin éxito. Recuerdo las expediciones nocturnas que la familia realizaba cada Viernes Santo, explorando los lugares posibles de entierro que había señalado Alejo, esperando la manifestación del espíritu de la abuela que les indicara el lugar exacto del entierro o la “guaca” donde se encontraban sus tesoros. Sin embargo, ninguno ha tenido éxito en la búsqueda hasta ahora, tal vez porque nunca se realizaron con los protocolos que la tradición impone para estos casos, sino que se hicieron con incredulidad, en medio de risas y bromas.

Tal vez el espíritu de María López esté esperando a un descendiente que, sin la ambición que despiertan estos tesoros, esté preparado y sea el elegido para ser el depositario de sus riquezas. Esta historia alimenta la leyenda de María La Cachilapera y su capacidad para sorprendernos aún después de su muerte. A pesar de que muchas personas han intentado encontrar sus tesoros, nadie ha tenido éxito y la ubicación exacta de sus riquezas sigue siendo un misterio. ¿Quién será el elegido para descubrir el tesoro de María López y ser depositario de sus riquezas? Solo el tiempo lo dirá.

Según Alejo, el patio de la casa de Rancho Grande que estaba lleno de árboles de mango en producción era el lugar preferido para practicar y mejorar la puntería con el revólver. El reto favorito era disparar a botellas de vino vacías tratando de hacer que la bala entrara por el pico, dejando el pico intacto, y saliera por el fondo, lo que resultaba en la botella “desculada”. Según su relato, no fueron pocas las veces que logró este increíble truco de puntería lo que celebraba con gran algarabía.

 Es posible que muchos lectores duden de la veracidad de esta historia, al igual que yo. Sin embargo, mi función como narrador de esta historia no es juzgar la veracidad de los relatos, sino simplemente narrar lo que escuché de boca del hombre que, siendo niño, fue recogido por la matrona. La habilidad de María López en la puntería y el asombroso logro de este truco de puntería con las botellas de vino, son solo parte de la leyenda que rodea su vida y que continúa alimentando nuestra fascinación por esta mujer legendaria.

En mayo de 1933 María López, a los 53 años y después de complicaciones de una cirugía de la vesícula, falleció en Bogotá, lejos de sus tierras ganaderas y probablemente añorando las faenas que tanto amaba. A su paso dejó historias, relatos y leyendas que alimentarían la imaginación de los llaneros y los sueños de grandeza de sus descendientes.

María López murió justo cuando su hijo Milcíades, mi padre, de apenas 24 años, venía en una ganadería por la ruta que había aprendido de la matrona. Parecía casi un homenaje póstumo a su madre quien había sido una pionera de la ganadería en la región. La muerte de María López marcó el fin de una era y el inicio de una nueva, pero su legado aún perdura en la región de los llanos y en la memoria de quienes la conocieron o escucharon historias de ella. Sus restos reposan en algún lugar del cementerio central de Bogotá.

Durante muchos años, la vieja casa donde habitó María López en Rancho Grande fue el escenario de historias de espantos y fantasmas. Yo mismo he sido testigo de fenómenos inexplicables, como el llanto de un niño en el patio, los sonidos de los trastes al ser lavados en la cocina, las hamacas sacudidas que interrumpían el descanso de los trabajadores y luces misteriosas en lugares donde la matrona practicaba su puntería.

Todos estos sucesos cesaron cuando el comprador del lote donde se encontraba la casa la demolió en busca de la escurridiza guaca, sin éxito. Hoy en día, los visitantes solo pueden ver unos pocos escombros que se resisten a desaparecer, dejando rastro de la verdadera matrona, la Doña Bárbara colombiana, María López, La Cachilapera.

La presente historia se escribe de la recopilación de historias que, en noches de tertulia, mi madre y hermanos mayores compartían. También de lo que mi memoria recuerda de la lectura de un artículo publicado en el diario El Tiempo, así como del testimonio de Alejo, persona cercana a María López. El interés del escrito es que sus descendientes conozcan su historia a través de sus ancestros.

Para las nuevas generaciones, un diario era una compilación de noticias, artículos, columnas de opinión y entretenimiento, impreso en el llamado papel prensa.

El cachilapo era el ganado cimarrón, res que habitaba la sabana y no tenía marca, por lo que era difícil determinar su propiedad.

Moneda de oro que circulaba libremente en la época debido a la carencia de bancos o desconfianza en los mismos. Se estima que su valor equivalía a unos veinte dólares de la época.

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